Tradición y evolución en un Encierro intangible y mundial

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Emoción. Alegría. Aluvión de promesantes. Típico día de septiembre, de Encierro de San Roque. Algodones. Empujones. Criticar a los chunchos desde fuera, que ya es pequeño patrimonio tangible de la tarijeñidad. El misterio de San Roque jamás resuelto es cómo hace para que entren en la plaza Campero todos los chunchos que durante toda la tarde – noche suben y bajan danzando por la calle Cochabamba como si no hubiera un mañana. Y cómo cantan.

Andaban preguntando los compañeros cronistas nacionales, atraídos a la fiesta por la famosa Declaratoria de Patrimonio Universal de la Unesco, que cuantos chunchos participan de la fiesta, y lo cierto es que es una de las preguntas más difíciles para la organización. Nadie lleva la cuenta. No se trata de permisos sino de Fe. Lo que sí parece claro es que la fiesta crece y que los dos años de pandemia no le han hecho ni cosquillas. Al contrario.

La tradición suele pasar de padres a hijos, pero los hitos también suman, y lo de la Unesco, sin duda, será uno de esos hitos que habrá que anotar en la historia y la evolución del festejo, al que le va bien la adversidad: Cuando en 1870 se derrumbó el techo de la Iglesia, la fiesta se suspendió, pero no murió, al contrario, los investigadores como Daniel Vacaflores cuentan que se salvó de unos años oscuros en los que los más dogmáticos quisieron borrar todo rastro pagano e indígena de cualquier celebración eclesial y así, cuando volvió años después, volvió no solo íntegra y fortalecida, sino añadiendo elementos purgados como los chunchos, que eran propios de la celebración de Guadalupe, o las alféreces.

Hoy los chunchos son el elemento central de la fiesta que muta despacio, pero muta. Los más agoreros bromean con si los chunchos dejarán de danzar y solo pasearán arriba y abajo de la calle sin darse cuenta de reverenciarse ante el santo. O si se permitirán las selfies. El rigor de la fiesta que implantaron los carmelitas del Reverendo Attard luego de cerrar las chicherías de la calle Cochabamba hace más de medio siglo ha quedado muy impregnado en la población citadina, que ha enterrado lo más popular que sí recuerdan los promesantes antiguos.

La cuestión es que el desorden volvió a reinar en una jornada que es larga porque los chunchos quieren que sea larga. Chunchos andando fue la tónica habitual hasta bien pasadas las 18.00, que danzaron porque tocaba, porque los grupos de músicos quedaron bien descompensados a lo largo del recorrido y porque las filas de danzantes se cortaban a más no poder. Los promesantes más antiguos que tratan de ordenar a cara descubierta fueron rebasados. Más bien que “nadie” estaba mirando.

Y en algún momento todo se ordena y San Roque sube la calle Cochabamba entre aplausos y emociones escoltado por los cañeros sorteando arcos. Y en algún momento el Santo da la vuelta y enfila la plaza Campero para ubicarse en las escalinatas. Y en algún momento la plaza colapsada de gente se llena de chunchos dispuestos a encontrar su lugar en este Encierro. Y en algún momento, porque la hora es orientativa, el padre Milton, nuevo párroco de San Roque tomó la palabra y desató el murmullo entre los que no se habían enterado del destino del padre Garvin y los que se lo contaban. El obispo Monseñor Saldías tomó galones celebrando el acto.

Y después los chunchos cantan y el pueblo saca su pañuelo blanco. Y hay emoción y contención y el orgullo de lo de la Unesco que aunque no lo digan, ha engalanado la fiesta y sacado lo mejor del primero de los chunchos al último de los carameleros. Y ahí mismo surge una nueva promesa. Un nuevo compromiso. Una idea de ser mejor. Ay, se arrodillan. Ay, el Santo se va para dentro. ¿Ay, otra vez se van a golpear? Todos saben, nadie explica. San Roque es la fiesta del pueblo, de este pueblo querendón que es el tarijeño y que al año que viene, de seguro, aquí seguirá. Seguiremos.

FUENTE : EL PAIS


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