Estático, con una mirada benevolente y una incipiente sonrisa esbozada en los labios, el profesor Jeremy Bentham recibe personalmente a los cientos de alumnos que diariamente pululan por el recibidor del centro de estudios del University College de Londres (UCL).
La pulcra levita negra y su blusa con chorreras contrastan con el moderno edificio, pero nadie reprocha a Bentham que su atuendo esté algo pasado de moda: el filósofo murió hace casi 200 años.
Sus ideas, sin embargo siguen de rabiosa actualidad. Abogó por la separación entre Iglesia y Estado, por la abolición de la esclavitud, de los castigos físicos y de la pena de muerte, por la igualdad de derechos para las mujeres, la libertad de expresión, el derecho al divorcio, las libertades individuales y económicas e incluso -aunque esto nunca llegó a publicarlo en vida- por los derechos de los homosexuales.
Su influencia se extendió entre los libertadores de América Latina y llegó a cartearse con Simón Bolívar. Dos siglos después, muchas de estas luchas siguen aún vigentes.
«Fundador espiritual»
Bentham, creador de la doctrina del «utilitarismo» -que defiende que la mejor acción es la que produce una mayor felicidad o placer a un mayor número de personas-, murió en 1832 y, por deseo expreso, su cuerpo fue disecado y vestido con su ropa para poder seguir estando presente en caso de que sus amigos lo echaran de menos.
Desde 1850 se exhibe en el UCL, donde por sus ideas revolucionarias y absolutamente adelantadas a su tiempo se considera «fundador espiritual» de la institución.
La leyenda cuenta que Bentham sigue formando parte de las reuniones del consejo académico, donde siempre queda registrado en las actas como «presente pero sin voto», salvo en las ocasiones en las que el consejo está dividido en alguna propuesta. En ese caso, asegura el mito, siempre vota a favor.
«Esto, evidentemente, no es verdad», confirma entre risas Philip Schofield, profesor de Historia del pensamiento político y legal en UCL y director del Proyecto Bentham, que trabaja en una nueva edición crítica de la obra del pensador.
La leyenda tiene quizás su origen en 1976 cuando, por el 150 aniversario de la fundación de la universidad, su «auto-icono» (o autoimagen), como él mismo la llamó, fue llevada al consejo. Regresó más recientemente en 2013, para la despedida del entonces rector.
Su médico personal, el doctor Thomas Southwood Smith, fue el encargado de su momificación y de conservar su cuerpo. Bentham había pedido que se realizara con la técnica que utilizaban los maoríes de Nueva Zelanda, aunque el resultado fue más que cuestionable.
La cabeza quedó desfigurada, aunque sí pudieron colocarle los ojos de cristal que él mismo eligió y que llevó en el bolsillo durante los últimos años de su vida. Como el resultado no se consideró a la altura del personaje, y más que servir de inspiración podía sembrar terror, se encargó una cabeza de cera con su semblante bonachón. Dentro del traje se metió su esqueleto y un relleno.
Una momia sentada a la mesa
Durante dos décadas, Southwood Smith enseñaba la momia a las visitas, «e incluso lo sentaba a la mesa durante las cenas», revela Schofield.
Pero un día el médico se mudó a una casa más pequeña y Bentham empezó a ser un estorbo. En 1850 lo donó a UCL, donde ha permanecido desde entonces.
Su cabeza se expuso durante años a los pies del filósofo e incluso fue secuestrada en 1975 por estudiantes del Kings College de Londres, que pidieron una recompensa de 100 libras, que debía ser pagada a una organización caritativa. UCL, por supuesto, pagó y recuperó la reliquia. El cráneo se conserva hoy lejos de las miradas en el Instituto de Arqueología.
«Fue un pensador extraordinario, lleno de ideas», explica Schofield, quien lleva más de 37 años estudiando la figura del filósofo.
Nacido en Londres en 1748 en el seno de una familia adinerada, estudió Derecho presionado por su padre, pero desde el principio decidió que en lugar de convertirse en un abogado rico, su misión en la vida tenía que ser reformar la ley.
Su pensamiento, sin embargo, se fue radicalizando con los años, y al final de sus días llegó a la conclusión de que no valía con reformar la ley, sino que había que empezar de cero.
Defendió el republicanismo, abogó por deshacerse del monarca, de la aristocracia y de la Cámara de los Lores, así como de la Iglesia anglicana. Conceptos que, por el momento, no parecen haber calado en la sociedad británica.
El panóptico, el concepto de arquitectura carcelaria que ha servido de modelo para presidios de todo el mundo, como el Presidio Modelo de Cuba -donde estuvo Fidel Castro- o el Panóptico de Colombia, es también obra suya.
Demasiado radical para Bolívar
Sus ideas reformistas tuvieron una enorme influencia entre los libertadores de América Latina, adonde llegó a través de las traducciones al francés del suizo Étienne Dumont.
Entre 1830 y 1840 los dos partidos políticos de Colombia eran conocidos como los «benthamistas», cuya figura principal era Francisco de Paula Santander, y los «antibenthamistas», con Bolívar como referente.
«Simón Bolívar se carteó con Jeremy Bentham, pero acabó teniéndole aversión porque pensaba que sus ideas eran demasiado radicales», realata Schofield. Las huellas del filósofo también se encuentran en la Argentina de Bernardino Rivadavia y en el México del pensador liberal José María Luis Mora.
Poco después de su muerte, el University College recibió más de 100.000 documentos de sus escritos, algunos de los cuales, como los que recogen sus ideas sobre la moralidad sexual, siguen descifrándose hoy.
Bentham se opuso a que la homosexualidad fuera perseguida penalmente, y acusó a sus contemporáneos de hipocresía porque, aunque admiraban a pensadores de la antigua Grecia y Roma de los que se sabía que mantenían relaciones sexuales con otros hombres, condenaban la homosexualidad.
Pero todas estas ideas sobre moralidad sexual se mantuvieron en secreto porque, como explica Schofield, Bentham pensó que eran demasiado adelantadas para su época y destruirían su reputación, anulando todo lo que había escrito antes.
Su última voluntad fue, posiblemente una de las más radicales. Aunque algunos han querido ver en el «auto-icono» una broma para la posteridad, o incluso un reflejo de una personalidad narcisista, los investigadores apuntan hoy a la prolongación de una vida rompedora: «Puede interpretarse como un gesto contra la religión, monopolizadora de la muerte. Él abogaba por la libertada religiosa y no quería pagar al cura para ser enterrado«, interpreta Scholfield.
¿Es de mal gusto? «Claro que lo es, pero es voluntario, quiere desafiar a los espectadores sobre la noción de buen o mal gusto», dice el académico. ¿Última performance? También, «en lugar de ser recordado con una escultura él crea una imagen con su propio cuerpo, algo completamente subversivo», argumenta.
Dos siglos después, el viejo profesor sigue creando controversia.
FUENTE: EL DEBER
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