Marginados antes en Cuba, los curas dan un paso al frente en la crisis

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«íBuenos días padre!», exclaman los habitantes de Placetas, en el centro de Cuba, cuando se cruzan con el sacerdote de sotana blanca. Marginada por décadas en la isla comunista, la Iglesia católica está recuperando terreno en medio de la crisis económica.

Tres guarderías, cinco comedores sociales, un centro de apoyo escolar, un internado y una residencia de ancianos: en sus 15 años en esta ciudad de 40.000 habitantes, cuatro sacerdotes franceses de la Comunidad de San Martín se han hecho imprescindibles.

«En Cuba la Iglesia está (…) poniendo, como se dice, un pie en la puerta para que se quede abierta», declara el sacerdote Jean Pichon, de 38 años, y con prudencia advierte que «la idea no es hacer proselitismo o buscar protagonismo, sino realmente ayudar».

Ubicada en una de las plazas de la ciudad, la iglesia de paredes color beige y cuya campana tañe a toda hora, se ha convertido en un céntrico y animado espacio en el que los habitantes se reúnen cada semana para hablar sobre cualquier tema con total libertad. Los jueves, los curas y los jóvenes del pueblo juegan al fútbol.

En ese mismo bloque funcionan un comedor de beneficencia dos veces por semana, una biblioteca con acceso libre y una pequeña farmacia que se abastece con donaciones y los medicamentos que los curas traen desde Francia. En la isla, estos servicios con generalmente monopolio del Estado.

Medicamentos perdidos

Por décadas, la ayuda de los sacerdotes fue tolerada, pero hoy es más que bienvenida: bajo embargo estadounidense y privada del turismo por el COVID-19, Cuba enfrenta su peor crisis económica en 30 años, con una grave escasez de alimentos y medicinas.

Placetas, la ciudad natal del presidente Miguel Díaz-Canel, no escapa a esa situación.

«Tengo 53 años y esa es la peor situación que he conocido», resume Tania Pérez que, en tiempos normales, renta una habitación de su casa a turistas.

«A mi madre sólo le quedan tabletas por 20 días, y ya no se encuentran en la farmacia. Sin ellas, no camina. Yo tengo lupus y ya no tengo tratamiento», explica la mujer.

Cada miércoles un camión reabastece la farmacia del pueblo. Algunos habitantes pernoctan frente a ella para poder comprarlos.

Y eso no es nada: «en otra comunidad más chiquita, un hombre me dijo que hace cuatro días» que está «haciendo la cola para los medicamentos que van a entrar», cuenta el padre Grégoire de Lambilly, de 28 años.

«Todos tienen problemas de salud, de hipertensión, (son) diabéticos (…) y no hay lo que hace falta», añade.

‘Vaciar las iglesias

En la isla, la presencia de los sacerdotes no es habitual. «Al principio sí hubo mucha desconfianza (de las autoridades), un poco tal vez de miedo», de cuestionarse «porque los curas se meten en esto», recuerda el padre Pichon.

La Iglesia católica tuvo por años una relación tirante con la revolución que lideró Fidel Castro. En 1961, sus obras sociales (escuelas, dispensarios, etc.) fueron confiscadas por el Estado, ávido de hacerse del control de la educación y la salud.

El ateísmo se entronizó oficialmente y los sacerdotes fueron marginados.

«Cuando triunfó la revolución yo tenía ocho años», recuerda José Ignacio García, de 70 años, quien es diácono permanente y director en Placetas de Cáritas, el brazo caritativo de la Iglesia.

Fue entonces que «empezaron las dificultades, porque hubo mucha presión por parte del gobierno para vaciar las iglesias», explica García. Más de 130 sacerdotes fueron expulsados.

Más tarde, encontrar un empleo para él y su esposa, ambos fervientes practicantes, fue un calvario.

Aunque la visita del papa Juan Pablo II en 1998 logró calmar los ánimos, el pasado dejó su impronta.

Cuba, con 11,2 millones de habitantes, tiene sólo 300 sacerdotes -la mitad de ellos extranjeros-, una cifra 10 veces menor que la de Francia en proporción al número de bautizados.

Según estimaciones, el 60% de los cubanos están bautizados, pero sólo el 2% va a la iglesia.

A través de su acción social, la Iglesia se está acercando a los cubanos. En 2020, Cáritas contó con 40.000 beneficiarios contra 33.000 en 2014. Es una forma de compensar la falta de servicios públicos del Estado, que al mismo tiempo dice querer poner fin a esa política de asistencia.

Sus 600 sucursales constatan el «cansancio y la angustia (de los cubanos) ante tanta incertidumbre en relación con la pandemia, que se alarga, y la crisis que se agudiza», señala Maritza Sánchez, directora de Cáritas Cuba.

En Placetas, los sacerdotes franceses chocan cada día con esta realidad.

«Basta salir a las calles para ver las colas» o «escuchar las conversaciones», advierte Pichon.    

Presencia espiritual

En bicicleta, motocicletas y hasta en coches de caballos, pero siempre con sus hábitos, los padres recorren el campo durante la semana para confortar a su comunidad, dispersa en unas 40 localidades y que con frecuencia vive en chozas con piso de tierra.

Rezando con ellos o leyéndoles el Evangelio, les dan apoyo espiritual, pero también les brindan ayuda material buscándoles, por ejemplo, las medicinas que necesitan.

Sentado en una mecedora en el porche de una modesta casa en medio del campo, el padre De Lambilly charla con Gindra Guerra, de 32 años, cuyos dos hijos adolescentes son alumnos del internado que dirige la Iglesia, ahora cerrado por la pandemia.

De niña, «siempre iba con mi abuelita a la iglesia», dice Guerra, que luego perdió esa costumbre. Gracias a la presencia más activa de los curas, «volví a ir a la iglesia el día del bautismo de Alejandro», su hijo de 15 años.

Al comedor social en la pequeña localidad de Báez, en medio del monte, 37 vecinos acuden cada semana a recoger comida para llevar, en una gran casa de madera que también sirve de guardería.

«Tengo una lista de espera de ocho personas con necesidad», lamenta su responsable, Maricel García, de 64 años. Pero «los precios han subido mucho» y algunos alimentos son «imposibles de encontrar».

En este «momento muy difícil» para Cuba, «la Iglesia no puede y no ha querido quedarse encerrada en sí misma», subraya el obispo de Santa Clara, la capital provincial, monseñor Arturo González.

Y midiendo sus palabras, subraya; «no estamos creando una estructura paralela» al Estado, sino «apoyando».

Una joven pareja de Placetas, que prefiere no revelar su identidad, cuenta cómo fue interrogada por la Seguridad del Estado antes de viajar a Panamá en 2019 para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, el encuentro de los jóvenes católicos con el papa.

Todavía es «mal visto» ser creyente y acudir a la iglesia, como mismo sigue estando prohibido trabajar para ciertos ministerios si vas a la iglesia, ilustran.

Necesidad de ‘un cambio

Sin embargo, como institución la Iglesia católica ha sabido ganarse la aceptación y es reconocida por el Estado cubano cómo único interlocutor. Jugó un papel decisivo en la liberación de disidentes en 2010 y también en las negociaciones secretas que llevaron al histórico acercamiento entre Cuba y Estados Unidos a finales de 2014.

Pero también ha sabido cómo intervenir para defender sus convicciones. En 2018, cuando un primer borrador de la nueva Constitución abrió la puerta al matrimonio entre personas del mismo sexo, la Iglesia denunció un «colonialismo ideológico» de los países ricos. El texto fue finalmente modificado.

En 2015, durante la visita del papa Francisco, el entonces presidente Raúl Castro destacó el «clima constructivo» alcanzado entre el Estado y la Iglesia.

Y, en una señal de los nuevos tiempos, la televisión estatal cubana transmitió en 2020, por primera vez, una serie de misas dominicales.

Recientemente, Díaz-Canel reafirmó la libertad religiosa en el país, calificando de «indigna, inmoral y mentirosa» la acusación del Departamento de Estado estadounidense sobre este tema.

Fortalecida por esta legitimidad, la Iglesia da ahora la voz de alarma sobre la dramática situación económica.

«Como pastores, miramos a un pueblo cansado y agobiado», dijeron los obispos de Cuba en su mensaje de Navidad, en el que también expresaron preocupación «por el agobio por conseguir los alimentos».

Hablando con más libertad que la población en general, muchos sacerdotes no dudan en denunciar en las redes sociales las dificultades que enfrentan los cubanos e incluso exigir el respeto a la diversidad de opiniones, en una isla donde el Partido Comunista es el único autorizado.  

«Este país necesita un cambio», escribió recientemente en Facebook uno de los más críticos, el sacerdote Alberto Reyes, de la provincia de Camagüey (este).

(28/06/2021) LA RAZON


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