Migrantes en Bolivia, en desamparo ante la emergencia.

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“Apenas estábamos empezando poco a poco de cero, comprando algunas cositas, algunos muebles, cuando llegó el coronavirus (Covid-19) y decretaron la cuarentena. La falta de ayudas por parte del Gobierno de Bolivia hacia nosotros, los venezolanos, hace que la situación sea aún peor”, lamenta Pierina López, quien llegó hace apenas cuatro meses a Santa Cruz huyendo del régimen de Nicolás Maduro junto a parte de su familia.

Su realidad es el reflejo de la de muchos otros que alcanzaron el suelo boliviano con la esperanza de construir un futuro mejor. Un sueño que hoy se ve truncado por las medidas adoptadas por el Gobierno para combatir la enfermedad infecciosa que ha puesto en alarma al mundo y que evidencian la endeble situación de una población que, en su mayoría, sobrevive con lo que ingresa diariamente.

“Desde las cero horas de este domingo debemos estar en casa las 24 horas del día, porque en la casa vamos a estar más seguros. Ese es el mejor camino para frenar al coronavirus”, declaraba la presidenta del país, Jeanine Áñez, hace una semana, tres días después de haber anunciado un paquete de medidas para ayudar a las familias bolivianas.


Mientras tanto, parte de los migrantes que tiempo atrás llegaron al país con un futuro lleno de anhelos, de repente se vieron desamparados sanitaria y económicamente ante la propagación de un virus que causa estragos a nivel planetario y que los hace, aún si cabe, más vulnerables.

Pierina López salió de Venezuela junto a su hijo de cuatro años, su esposo, su mamá y sus dos hermanos. “Económicamente cada día era peor, cada día más flacos todos”, cuenta. El hambre los empujó a abandonar la tierra que los vio nacer y crecer y, tras un largo camino plagado de obstáculos, lograron llegar a Bolivia y recobrar la ilusión necesaria para dar comienzo a una nueva vida.

Antes de la cuarentena total, López solía salir a vender leche crema y arroz con leche a las calles de la capital cruceña, mientras que su mamá se quedaba al cuidado del único nieto que pudo traer consigo. Al mismo tiempo, sus dos hermanos ganaban plata -unos días más, otros menos- trabajando en una empresa de autolavado, un puesto que acababan de conquistar y que celebraban con alegría y entusiasmo. Al menos podían tener acceso a medicamentos y alimentos, algo que en Venezuela les era prohibitivo por su elevado precio.

“A mis hermanos le dieron la cuarentena total. Estaban yendo en las mañanas, pero ahora ni en las mañanas pueden ir. Viviendo del día a día nosotros pudimos guardar dinero para algunas cosas como comida pero ya, lamentándolo mucho, estamos cada día peor y no tenemos más ahorros”, manifiesta López, preocupada por la incertidumbre de no saber cómo pagarán en abril los mil bolivianos que les cuesta el alquiler de las dos habitaciones que ocupan.

Al igual que el resto, ellos también tienen sus sueños: “Hemos estado buscando cualquier trabajo para subsidiar lo principal, pero tenemos nuestros planes y metas. Mi mamá, por ejemplo, quiere montar su propio negocio de comida típica venezolana y mi hermano menor vino con el propósito de estudiar en la universidad y convertirse en un profesional”.

Amador Lavao: Nadie se ha preocupado por nuestra atención primaria

La situación de López y su familia se repite en todas las ciudades del país. El responsable de la asociación de venezolanos en Cochabamba, Amador Lavao, critica la falta de atención primaria a este colectivo, cuya situación es de total “vulnerabilidad” y “desamparo”.

“Acá hay muchas personas que están en situación de calle y no hay un sistema de prevención, ni siquiera les han dado un barbijo y mucho menos un gel antibacterial o vitaminas que les permitan tener un buen sistema inmunológico”, asegura. “Obra de dios que no le ha dado a ninguno el Covid-19 y esperemos que continue de esta manera”, confía.

Un joven migrante pide limosna acompañado de su bebé.
Foto: Marco Aguilar / Página Siete

Además, Lavao objeta la actitud de algunas instituciones y autoridades hacia los migrantes: “Hay agresiones verbales por parte de la policía y la intendencia por el hecho de que ellos están en la calle. No entienden que ahora no hay un sistema de trabajo que nos permita tener un ingreso diario para poder pagar una habitación”.

Preocupado por ver a su familia en la misma situación que muchos de sus paisanos, Jesús Rodríguez invierte el tiempo de su confinamiento en planificar cómo materializará su sueño: montar un carro de comida rápida para no tener que trabajar más sobre el asfalto.

Rodríguez salió de Venezuela hace siete años, poco después de que Maduro subiese al poder, con su esposa y la hermana de ella. Luego de vivir en Brasil y Perú decidieron venir a Bolivia y asentarse en Cochabamba, donde viven desde hace un año junto a su pequeña hija, nacida acá.

La imposibilidad de poder pagar una visa de trabajo lo empujó a la venta ambulante de pañuelos y toallitas, negocio al que también se han dedicado su esposa y su cuñada: “A veces hacíamos Bs 100, 120. Parte de ese dinero lo mandábamos a mi familia a Venezuela y el resto lo empleábamos para comprar comida, cubrir las necesidades de mi bebé y pagar el alquiler”.

Como a muchos otros, la cuarentena les impide hoy obtener ingresos con los que cubrir sus gastos, entre ellos la mensualidad de Bs 450 que pagan por el cuarto en el que viven.

“He tenido muchos problemas porque la señora del alojamiento donde estamos viviendo me dice que si no le cancelamos nos va a sacar del cuarto”, lamenta Rodríguez.

Venezolano se busca la vida vendiendo caramelos en la calle. Foto: Marco Aguilar / Página Siete

Édgar Tavera: Trabajar por un hermano en situación de calle no es un delito

La declaratoria de emergencia sanitaria por el Covid-19 pilló al venezolano Édgar Tavera en suelo boliviano. Tras haber convivido con las dificultades que imponen las calles, no podía quedar impasible ante aquellos que, por no poder pagar su alojamiento, iban a vivir lo mismo que él ya experimentó.

“Comenzó la crisis y decidimos ponernos a trabajar por nuestros hermanos a los que estaban echando a la calle. La idea es ayudar al prójimo y creo que no es un delito trabajar por una persona que está ante esta situación”, sostiene Tavera, representante de la ONG venezolana de búsquedas judiciales y ayuda humanitaria, registrada en Perú.

El cometido de Tavera es el de ejercer de vínculo entre las personas que necesitan un alojamiento, independientemente de su nacionalidad, y aquellos que pueden ofrecer un espacio, ya sean hostales, albergues o particulares.

“Cuando estalló la epidemia, él (Édgar Tavera) ayudó a muchos venezolanos, peruanos, colombianos… que ya no podían pagar su alquiler. Gracias a él estamos en un hotel acá en La Paz, donde nos dan alojamiento y tenemos comida”, explica Diego Arenas, un colombiano que antes de la cuarentena se dedicaba a la venta ambulante de chocolates y que hoy se siente “desesperado” por la incertidumbre del mañana.

El médico psiquiatra Julio Von Vacano asegura que el desamparo y la vulnerabilidad en la que se encuentran actualmente los migrantes podría derivar en trastornos vinculados a la ansiedad, tales como síndrome de estrés post-traumático, ansiedad generalizada, ataques de pánico o fobias.

«Ansiedad significa miedo entonces, al ser un grupo más vulnerable que el resto, el temor se incrementa y con ello la falta de sensación de control. Los factores que incrementan la ansiedad es decir, la falta de control en este caso, aumentan muchísimo más la posibilidad de que se desarrollen trastornos individuales y grupales de ansiedad”, explica Von.

Cáritas Bolivia refuerza su atención a los más vulnerables durante el estado de emergencia

A través de su Pastoral de Movilidad Humana, Cáritas Bolivia ha intensificado sus acciones de atención a los colectivos de migrantes desde que se declarara el estado de emergencia sanitaria por el Covid-19.

“Caritas Bolivia no puede quedar indiferente ante esta situación que estamos viviendo todos a nivel mundial. Pero, sobre todo, porque las políticas que actualmente se han implementado para contrarrestar el virus desde el Gobierno no llegan a esta población más vulnerable”, manifiesta la Secretaria Ejecutiva de Pastoral Social Cáritas Bolivia, Marcela Rabaza.

En este sentido, están realizando acciones junto con otras instituciones para garantizar el alojamiento hasta el 4 de abril, día en que concluye la cuarentena total, a las personas que se encuentran en hospedajes a la espera de regularizar su situación migratoria.

Un grupo de migrantes realiza compra de alimentos.
Foto: Marco Aguilar / Página Siete

“Nosotros estamos en contacto con algunos alojamientos para garantizar que no los boten, para garantizar que no los saquen por falta de pago”, explica Rabaza.

Además, la Iglesia Católica alberga en La Paz a alrededor de 160 migrantes, distribuidos en las cuatro casas de acogida con las que tiene convenio Cáritas Bolivia. Junto a las que están en los hospedajes, el número de personas acogidas en la sede de Gobierno asciende a alrededor de 500.

“A nivel nacional todavía estamos recibiendo algunos reportes de Santa Cruz, Potosí y Sucre, que nos están informando el listado. No tenemos un dato exacto, pero aproximadamente podrían ser unas 700 personas a las que estamos albergando”, dice Rabaza.



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