¿Existe vida después del neopopulismo y neoliberalismo?

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El Evoeconomics, la religión que se intentó construir desde el Estado, ha caído en desgracia, aunque no desaparecerá muy rápidamente. Cabe recordar que el fanatismo estatista pretendía sustituir a otro radicalismo: el neoliberalismo. A veces la historia camina en círculos,  los cultores del mercado han vuelto a sacar las trompetas del triunfo anunciando: privatizaciones, apertura de la economía, eliminación de subsidios, cierre del Banco Central y otras viejas recetas.

Los seguidores de Friedman y Hayek anuncian a los cuatro vientos que el péndulo de la política pública debe volver, lo más rápido posible, a la derecha de Dios padre. Renace el viejo e inútil clivaje Estado versus mercados. No es casualidad que algunos predicadores internacionales del neoliberalismo de caricatura estén por estas tierras.     

Antes de incorporarse a una de las trincheras ideológicas y salir a un fiero griterío de consignas,  vale la pena preguntarse si hay vida después del neoliberalismo y neopopulismo, en especial cuando se va en dirección de una economía digital y un capitalismo de plataformas. Son tiempos rápidos y de inflexión histórica. Son periodos no sólo para buscar nuevas respuestas, sino  para cambiar las preguntas. Por temas de espacio me concentraré en dos: ¿Cómo reinventamos el desarrollo económico y social a través de la dimensión ética?,  ¿qué papel juega la creación de valor público en la sociedad?  

La esencia de la vida en común es la construcción de confianza y puentes de reciprocidad, es el pacto en el espacio del microcosmos societal (familia, empresa y  comunidad), pero también es el acuerdo grande (leyes y  Constitución). Las razones para justificar cualquier padrón de desarrollo y modelo económico deben estar ancladas en valores y principios, no al revés, como ocurre en la actualidad. 

Donde los valores están instrumentalizados. Los medios justifican el fin, razón por la cual el tejido básico de la sociedad está deteriorado, en algunos casos, y en otros, destruido, tanto por el individualismo impuesto por el mercado o el colectivismo cultivado por el nacionalismo y financiado con favores del Estado.

En ambos casos se ha roto la ética de la confianza, prevalece el individualismo/egoísmo/oportunismo o el privilegio del grupo abusivo sobre el todo de la comunidad. Se ha quebrado la relación entre ética y prosperidad, entre oportunidad y desarrollo, entre inclusión y riqueza. La ideología de la desigualdad es cada vez más profunda y naturalizada. Tanto para el capitalismo extractivista y especulativo financiero, como para el capitalismo estatal de amiguetes todo vale para acumular riqueza y poder.

Más aún el capitalismo de plataforma crea el espejismo de la uniformización, pero a base del secuestro de la vida privada de las personas y la evasión fiscal. 

Entre tanto, no puede existir desarrollo equitativo y sostenible si no se repone la ética de la reciprocidad y la construcción colectiva del bien común, sostiene Paul Collier, profesor de la Universidad de Oxford. Por eso el desafío es mayúsculo.  ¿Cómo repensar el desarrollo a partir de la ética de la reciprocidad en la familia, la comunidad, la empresa, el Estado y el mundo? Además, en una sociedad fragmentada ética y económicamente,  la creación de valor colectivo se pierde. La creación de valor se define en  la producción de nuevos bienes y servicios para el servicio de la comunidad. 

Las “teologías extractivistas”, en su versión neopopulista y neoliberal,  enfatizan la extracción de valor de los recursos naturales que beneficia sólo a un grupo y no la creación de valor en otros sectores. En el primer caso, el principal rol del Estado es la captura de este valor (rentas) y su distribución populista. En el segundo, la captura de valor lo hace un mercado ciego e injusto para beneficio de otro grupo privilegiado. 

Reposicionar la ética implica pensar en las personas, en la naturaleza, en la colectividad, en el conocimiento colectivo; en suma: en el capital humano creando en red. Hablar de recolocar la ética en el centro del debate es pensar en desarrollo integral y sostenible y no solamente en crecimiento económico, por ejemplo. Si la ética conduce las políticas sociales y económicas, los mercados y el Estado son instituciones perfectibles y complementarias que están al servicio del bien común. Son medios y no fines.

Entonces,  para que el mercado o Estado funcionen depende de reglas de juego formales (legislación) e informales (usos y costumbres), de arreglos institucionales, que en fondo son pactos éticos, instrumentos al servicio de la comunidad.

En esta línea de razonamiento, por supuesto que hay vida después del neopopulismo y neoliberalismo. Está en la ética.

Gonzalo Chávez A. es economista.

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