Los visionarios que hace un siglo imaginaron el mundo de hoy.

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La predicción es parte de la vida contemporánea: desde el pronóstico del climaal tiempo estimado de llegada en las apps GPS de tránsito, todas las personas apelan a formas de conocer el futuro más confiables —aunque no infalibles, como se ve en los ejemplos— que el horóscopo. El gran desarrollo de la tecnología se basa en la predicción. Y los trabajadores quieren prepararse para un mundo en el cual los robots ocupen sus lugares. Y ante un diagnóstico difícil, un paciente quiere conocer los escenarios posibles.

La adivinación del futuro ha poblado desde siempre los sueños, los miedos y la imaginación de la especie humana, casi como una necesidad derivada del instinto que busca información para saber si hay que luchar o hay que huir. Pero hubo un momento en el que pasó de la profecía a la ciencia: las décadas de 1920 y 1930. Con una exactitud escalofriante, que le quita todo candor de la ficción.

Un autogiro, el Pitcairn (Quebec, 1932): fue una de las modas del transporte. (Wikipedia)

Un autogiro, el Pitcairn (Quebec, 1932): fue una de las modas del transporte. (Wikipedia)
¿El teléfono celular? Lo previeron aquellos futurólogos. ¿La edición genética? También. ¿Las estaciones espaciales? Sí. E internet, la tecnología inalámbrica, la videoconferencia, la energía eólica y los clones, entre otras cosas.

Max Saunders, profesor de King’s College en Londres, analizó un concentrado de aquel espíritu de hace un siglo que tan bien pintó el mundo de hoy: la colección de 110 libros To-Day and To-Morrow, que publicaron Kegan Paul, Trench, Trubner & Co. en el Reino Unido y E. P. Dutton en los Estados Unidos.

Algunos ejemplares de la colección “To-Day and To-Morrow”, que estudia “Imagined futures”.

Algunos ejemplares de la colección “To-Day and To-Morrow”, que estudia “Imagined futures”.
El editor visionario Charles Kay Ogden convocó a firmas como Bertrand Russell, Robert Graves, André Maurois, J. B. S. Haldane, J. D. Bernal, Vera Brittain y Sylvia Pankhurst, entre muchos otros. «Me sumergí en ellos durante los último años, para escribir el primer libro sobre estas obras fascinantes, y encontré que estos futurólogos pionerostienen mucho para enseñarnos», presentó Saunders su título recién publicado, Imagined Futures.

«En sus reacciones tempranas a las tecnologías emergentes entonces —las aeronaves, la radio, las grabaciones, la robótica, la televisión— los escritores captaron cómo esa innovaciones estaba cambiando nuestra percepción de quiénes somos«, escribió en un artículo para The Conversation.

«Y con frecuencia nos brindaron sagaces anticipos de lo que vendría, como en el caso de Archibald Low, quien en su libro Wireless Possibilities, de 1924, predijo el teléfono móvil: ‘En pocos años podremos conversar con nuestros amigos en un aeroplano y en las calles con la ayuda de un equipo inalámbrico de bolsillo».

Ese dispositivo, que hoy es un apéndice de la mayor parte de las personas en el mundo y que está en el centro de industrias multimillonarias, no tenía ese sentido en el momento en que Low lo imaginó. Para aquel ingeniero e inventor británico, era un ejercicio de libertad creativa, destacó Saunders.

El ingeniero Archibald Low, quien imaginó el teléfono móvil. (Wikipedia)

El ingeniero Archibald Low, quien imaginó el teléfono móvil. (Wikipedia)
Nada más. Pero nada menos: «A diferencia del modo corporativo, soso, en que la mayor parte de la mirada profesional hacia el futuro sucede en los gobiernos, los think-tanks y las empresas, los científicos, escritores y expertos que escribieron estos libros crearon visiones muy individuales».

Su primer compromiso era la ciencia, en la que se tenía una confianza muy superior a la que se tiene hoy. «Pero también se sentían libres de imaginar futuros que existirían por razones distintas de la conveniencia de las empresas o los gobiernos«, agregó.

Esa conveniencia impulsa hoy el mantenimiento del statu quo: «Cualquier idea novedosa o especulación innovadora que trate de cualquier otra cosa que no sea la eliminación de riesgos probablemente se deje a un lado«, opinó. «La naturaleza grupal de los laboratorios de ideas y los equipos prospectivos también tiene un efecto de nivelar hacia abajo. Lo opuesto de la ciencia ficción».

No por eso los futurólogos del siglo XX carecían de sentido práctico. Saunders tomó como ejemplo a J.B.S. Haldane, «brillante genetista matemático, cuyo libro Dédalo, o la ciencia y el futuro, inspiró la colección entera en 1923″.

En su opinión, era menester desarrollar mejor ingeniería: viajes más veloces y comunicaciones más eficaces. También mejor química: sabores nuevos y alimentos sintéticos, de los que hoy es bandera la carne cultivada en laboratorio.

«Él también se dio cuenta de que se necesitarían alternativas a los combustibles fósiles y predijo el uso de la energía eólica«, agregó el autor, también director del Instituto de Investigación en Arte y Humanidades de King’s College. «La mayoría de sus predicciones se han cumplido».

La primera hamburguesa cultivada en laboratorio, presentada al Foro Económico Mundial en 2013.

La primera hamburguesa cultivada en laboratorio, presentada al Foro Económico Mundial en 2013.
Haldane sólo se equivocó en sus predicciones sobre la física: creía que su trabajo fundamental ya estaba cumplido con la teoría de la relatividad y el desarrollo de la mecánica cuántica. Se perdió así el descubrimiento de partículas nuevas que cambiaron el modelo del átomo. Dudaba que se pudiera desarrollar la energía nuclear. En astronomía, no previó los agujeros negros, el big bang ni las ondas gravitatorias.

Sin embargo, y aunque apenas comenzaba la genética, anticipó la edición: «Ya podemos alterar las especies animales en una medida enorme, y parece sólo una cuestión de tiempo antes de que podamos aplicar los mismos principios a la nuestra».

Una computadora Colossus, 1943. (Wikimedia Commons)

Una computadora Colossus, 1943. (Wikimedia Commons)
Aunque eran también los años de la eugenesia y la esterilización forzada, Haldane se oponía a eso: veía lo que hoy es edición genética como «un método por el cual la humanidad se puede mejorar de maneras provechosas, como curar las enfermedades genéticas«, aclaró el autor.

Una de las tecnologías que imaginó Haldane, la ectogénesis, hablaba del crecimiento deembriones fuera del cuerpo, en vientres-máquinas. «En mayo de 2016 —asoció Saunders— se anunció que se habían desarrollado exitosamente embriones humanos en una matriz artificial durante 13 días«, exactamente uno menos antes del límite legal de dos semanas. La idea también aparece en Un mundo feliz, de su amigo Aldous Huxley, en forma de incubadoras que clonan ciudadanos y trabajadores; la palabra clon también fue una invención de Haldane.

Saunders citó también El mundo, la carne y el demonio, de J.D. Bernal, pionero de la biología molecular. Como uno de los interesados en ver cómo se podía utilizar la tecnología «como una prótesis, para extender nuestras facultades y capacidades mediante las máquinas«, se concentró en la extensión de la vida.

«En la mayoría de las muertes lo que le sucede a la persona es una falla en el cuerpo. ¿Qué pasaría entonces si se pudiera transferir el cerebro a una máquina anfitriona que pudiera conservarlo vivo, y en consecuencia a la persona pensante, mucho más tiempo?», exploró.

(Shutterstock)

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Su hipótesis es lo que hoy la filosofía llama el experimento del cerebro en una cubetapara explorar qué se concibe como realidad: si se pusiera un cerebro en un líquido que lo mantuviera vivo y se lo conectara a una supercomputadora que le proporcionara estímulos eléctricos que simularan los naturales, ¿sería realidad lo que ese cerebro procesara? La idea es tan fuerte que la cultura popular la ha adaptado de mil maneras, como por ejemplo las películas Matrix.

«Pero Bernal tenía fines más pragmáticos en vista», señaló el académico. Esas máquinas podrían extender la vida y también las capacidades: «Podrían darnos miembros más fuertes y sentidos mejores». Si bien esa concepción, la del cyborg, existía desde pocos años antes, Bernal la llevó a otro plano: el transhumanismo.

J.D. Bernal con un modelo de líquido. (colección privada de JL Finney/iopscience.org)

J.D. Bernal con un modelo de líquido. (colección privada de JL Finney/iopscience.org)
«Él imaginó un pequeño órgano sensorial para detectar frecuencias inalámbricas; ojos para rayos infrarrarrojos, ultravioletas y X; oídos para registros supersónicos, detectores de temperaturas altas y bajas y de electricidad corriente y potencial», detalló Saunders. «Con ese sentido inalámbrico Bernal imaginó cómo la humanidad podría estar en contacto con otros, más allá de la distancia». Es decir, internet. Pero Haldane lo llamó «súper cerebro».

Él no imaginó las computadoras, que estaban a 15 años de ser creadas; pero otro autor de To-Day and To-Morrow, H Stafford Hatfield habló sobre la necesidad de un «cerebro mecánico» para mejorar la capacidad de cálculo y uso de datos.

Buzz Aldrin, de la misión Apolo 11, camina sobre la superficie de la luna. (Neil Armstrong/NASA via AP)

Buzz Aldrin, de la misión Apolo 11, camina sobre la superficie de la luna. (Neil Armstrong/NASA via AP)
El libro recoge también otras predicciones: videoteléfonos, viajes a la luna, robots y ataques aéreos sobre las ciudades. «La ciencia, entonces, no sera sólo ciencia para estos autores», escribió Saunders. «Tenía consecuencias políticas y sociales«. Y sus predicciones estuvieron sujetas también a la imprevisible deriva humana: Oliver Stewart, por ejemplo, imaginó un mundo lleno de autogiros e hidrocanoas, pero aunque las dos cosas entusiasmaron a sus contemporáneos, y las hidrocanoas hicieron algunos viajes glamorosos, desaparecieron a medida que se impusieron los aviones.

La colección despierta también un sentimiento familiar al espíritu humano: la especulación ante una decisión tomada. Qué hubiera sido si. «Universos paralelos, caminos que la historia podría haber seguido, pero no lo hizo«, precisó el autor.

Dornier Do X, la hidrocanoa más grande y poderosa, producida en Alemania en 1929. (Wikipedia)

Dornier Do X, la hidrocanoa más grande y poderosa, producida en Alemania en 1929. (Wikipedia)
Como Hipatia: mujer y saber, de Dora Russell, que proponía que a las mujeres se les pagara por el trabajo doméstico. «Lamentablemente, esto no llegó a pasar tampoco», acotó Saunders.

El conjunto de esos libros ilumina tanto la posibilidad como el límite de pensar el futuro. «Si podemos comprender por qué los autores de To-Day and To-Morrow pudieron predecir biósferas, teléfonos móviles y efectos especiales pero no la computadora, la crisis de la obesidad o el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos, quizá podamos aprender sobre los puntos ciegos en nuestra propia visión prospectiva», concluyó Saunders.

Infobae


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